Quiso atrapar sus colores, inocente niña, sin saber que sacrificando su efímera vida, no conseguiría ver sus dibujos en el aire. El material del que estaban hechos sólo podía ser levemente rozado por el aire, tan deleznable, que ni sus manitas de princesa lo soportaban.
¿Cómo apropiarse de aquellos colores y sus texturas?.Sólo quería su belleza, no sus vidas; eso lo supo mucho más tarde. Hasta ese momento practicó una indiscriminada cacería que almacenó en un libro gordo, el más gordo de todos. Un cuerpecillo de grandes y hermosas alas desplegadas en un entredós de hojas. Lo llenó todo y se puso como un acordeón. ¡Ya eran suyos! Podría verlos cuando quisiera, incluso a escondidas en la noche con una linterna.
Pero, ¿y sus dibujos?... Esos estaban en su cabecita ¡tantas veces los había observado!
Con el paso del tiempo y la paulatina pérdida de la inocencia, aquel acordeón del pasado, trastocó al abrirlo en un leve polvillo de distintos colores que se mezcló con el aire; sólo eso.
Unas lágrimas asomaron a sus ojos y lamieron sus mejillas. Un trozo de su vida quedó atrapado y hecho polvo en aquel libro, un tiempo que ya no volvería y que, sin embargo, evocaría tantas veces durante su vida adulta.
La metáfora de su propia vida, en sus comienzos y desde la inocencia.
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