domingo, 25 de abril de 2010



El reloj.

¡Reloj!, dios siniestro, horroroso, impasible,
en el cual el dedo nos amenaza y nos dice: ¡”Acuérdate!
Los vibrantes dolores en tu corazón lleno de horror
se plantarán pronto como en un blanco;
El placer vaporoso huirá hacia el horizonte
igual que una sílfide en el fondo de los bastidores
cada instante te devora un fragmento de delicia
a cada hombre otorgada para toda su estación.
Tres mil seiscientas veces por hora, el segundo
murmura: ¡Acuérdate! Rápido con su voz
de insecto, ahora dice: ¡Yo soy el antes,
y he chupado tu vida con mi trompa inmunda!
¡Recuerda! ¡Acuérdate! Prodiga ¡Esto memor!
(Mi gaznate de metal habla todas las lenguas).
¡Los minutos, mortal retozón, son gangas
que no se deben abandonar sin extraer el oro!
¡Acuérdate que el tiempo es un jugador ávido
que gana sin trampear, en todo lance! ¡Es la ley!
El día disminuye; la noche aumenta; ¡Acuérdate!
La sima tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.
Tan pronto sonará la hora en que el divino azar,
en la cual la augusta virtud, tu esposa todavía vírgen,
en la cual el arrepentimiento mismo(¡oh, el último refugio!)
en la cual todo te dirá: ¡Muere, viejo descuidado; es demasiado tarde!”

Chrarles Baudelaire.

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