miércoles, 16 de diciembre de 2009

El grito.



Mientras a tu alrededor tus amigos crecían y maduraban, tú te quedabas ahí, en el mismo punto sin comprender, esperando que te dieran el amor que te negaron siendo niño. Desarrollaste un duro caparazón bajo la divertida ironía que exhibías. Seducías a jovencitas a las que nunca concediste el estatus de permanencia más allá de once meses.
Parecía que el mundo conspiraba contra tí. La vida fué dura contigo pero a cambio te concedió un preciado don: El de la alegría de vivir.

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