miércoles, 3 de marzo de 2010

Bronzino.



Canción de cuna.

Duerme, amor, pon tu cabeza,
tan humana, en mi fiel brazo.
Quema el tiempo con sus fiebres
la belleza irrepetible de
la niñez pensativa –la tumba
nos demuestra que es efímera-:
pero descanse hasta el alba
en mis brazos la criatura,
mortal, culpable. A mis ojos,
absolutamente bella.
No hay frontera entre alma y cuerpo:
a los amantes, echados
en su falda tolerante
hasta el desmayo vulgar,
Venus les enseña en serio
una unión que no es del mundo,
amor y espera absoluta,
mientras visiones abstractas
entre rocas y glaciares
llevan al eremita el éxtasis carnal.
Fidelidad y constancia
pasan al sonar las doce
como tañe una campana,
y los locos con tribuna
gritan su sermón de siempre.
Cada céntimo del precio,
los temibles vaticinios
pagaré, pero esta noche
ni un susurro va a faltar,
ni un pensamiento, ni un beso.
La ilusión nocturna muere:
que te roce el viento al alba
la cabeza soñadora
y bendigas, dulce, el día
con los ojos y el corazón,
y el mundo mortal te baste;
y el seco mediodía no te sorprenda
sin la fuerza de un alimento involuntario,
y que, en las noches amargas,
todo humano amor te guarde.

W. H. Auden.

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