viernes, 28 de mayo de 2010



Dos mil páginas de amor.

Ninguno terminamos Derecho. Pero es que nosotros no perseguíamos justicia sino las piernas de Marina. Juan se sentó en la última fila y yo, en la primera. Mientras él procuraba meterle mano, yo prestaba a Marina mis apuntes. La noche que los vi besándose, no pude soportarlo más y todo el peso del Derecho Romano cayó sobre el cráneo de Juan repetidas veces. Nadie quiso defenderme hasta que una mañana se abrió la puerta de mi celda. No necesité levantar la cabeza para reconocer esas piernas. A ella, estaba claro, le gustaban los chicos malos.

Isabel González.

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