sábado, 19 de junio de 2010



Moho.

Al entrar en casa, noté un olor agrio. Tiré la americana sobre el sofá y fui a la nevera. Todavía no me había acostumbrado a hacer la compra para mí solo y siempre me sobraba comida que acababa pudriéndose. Además, cada vez salía más tarde de la oficina y, cuando llegaba a casa, me daba pereza cocinar. Prefería tomar unas tapas en cualquier bar. Husmeé en el cajón de las verduras: los tomates tenían buen aspecto y la lechuga aún estaba fresca. Inspeccioné los tuppers, me llevé un filete de pollo a la nariz, olfateé los restos de una lata de tomate que llevaba tres días abierta. Todo parecía en perfecto estado, pero un hedor me perseguía por el piso. Fue en el cuarto de baño, con la ducha abierta y la ropa por el suelo, cuando me di cuenta de que una fina capa de moho cubría mi cuerpo.

Ernesto Ortega.

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