miércoles, 29 de septiembre de 2010



[...]
(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, muy gentíl y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
o cortesana célebre del tiempo de nuestros padres,
o algo moderno -no concibo bien el qué-,
todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar, ¡que inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como invocan espíritus quienes invocan espíritus me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me asomo a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen,
y todo eso me pesa como una condena al destierro,
y todo eso es extranjero, como todo).
[...]

F. Pessoa "Tabaquería".

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