miércoles, 5 de mayo de 2010

Francis Bacon.



A un Papa.

Pocos días antes de que tú murieses, la muerte
había puesto sus ojos en un coetáneo tuyo:
a los veinte años, tú eras estudiante, él albañil,
tú noble y rico, él un jovenzuelo plebeyo:
pero los mismos días, sobre vosotros, han dorado
a la vieja Roma que se está volviendo tan nueva.
He visto sus despojos, pobre Zucchetto.
Borracho, vagaba de noche en torno a los Mercados,
y un tranvía que venía de San Paolo, le ha arrollado
y le ha arrastrado un rato por los raíles, entre plátanos:
duran te unas horas quedó allí, bajo las ruedas:
alguna gente se reunió alrededor para mirarlo,
en silencio: era tarde, y eran pocos los transeúntes.
Uno de esos hombres que existen porque existes tú,
un viejo policía fanfarrón como un chulo,
al que se acercaba demasiado gritaba: “¡Fuera, cojones!”
Después vino el automóvil de un hospital a cargarlo:
la gente se fue, y quedó sólo algún guiñapo aquí o allá,
y la patrona de un bar nocturno, más adelante,
que lo conocía, dijo a un recién llegado
que Zucchetto había ido bajo un tranvía y había acabado.
Pocos días después acababas tú: Zucchetto era uno
de tu inmensa grey romana y humana,
un pobre borrachín, sin familia y sin lecho,
que vagaba por la noche, viviendo quién sabe cómo.
Tú nada sabías de él: como nada sabías
de otros mil y mil cristos como él.
Tal vez yo sea duro al preguntarme por qué razón
la gente como Zucchetto era indigna de tu amor.
Hay sitios infames, donde madres y niños
viven entre un polvo antiguo, en fango de otras épocas.
No muy lejos, por cierto, de donde tú has vivido,
a la vista la cúpula hermosa de San Pedro,
hay uno de esos sitios, el Gelsomino…
Un monte cortado en mitad de la cantera, y abajo
entre los escombros y una fila de nuevos palacios,
un montón de míseras construcciones, no casas sino pocilgas.
Bastaba un solo gesto tuyo, una sola palabra,
para que esos tus hijos tuviesen una casa:
tú no has hecho un gesto, ni has dicho una palabra.
¡No se te pedía perdonar a Marx! Una ola
inmensa que se refracta de milenios de vida
te separaba de ellos y de su religión:
pero en tu religión ¿no se habla de piedad?
Millares de hombres bajo tu pontificado,
ante tus ojos, han vivido en establos y pocilgas.
Lo sabías, pecar no significa hacer el mal:
no hacer el bien, eso significa pecar.
¡Cuánto bien pudiste hacer! Y no lo has hecho:
no ha habido un pecador tan grande como tú.

Pier Paolo Pasolini.

1 comentario:

  1. El día que Cristo vuelva a empuñar el látigo para expulsar a los mercaderes del Templo muchos papas y obispos saldrán con hermosos cardenales. Un saludo.

    ResponderEliminar