domingo, 9 de enero de 2011
Ver la luz.
El solsticio de invierno marca el final de la larga noche en el hemisferio norte, un suceso astronómico que se ha incorporado a la cultura universal y también a la intimidad de cada persona. Seguramente el hombre del paleolítico ya se dio cuenta de que en mitad del frío boreal, de pronto el sol comenzaba a crecer y la luz del día se dilataba con una cadencia precisa. Hubo un mago con cuernos de bisonte en la frente que propuso a la tribu bailar al son de los tambores para celebrarlo. Esta fiesta en homenaje al sol que nace ha seguido a lo largo de la historia, pero desde el paleolítico la humanidad se divide en dos: unos que descubren esa nueva luz en todas partes, la incorporan a su espíritu y la proyectan sobre los demás; otros que lo ven todo negro y transmiten su propia oscuridad alrededor e incluso en pleno agosto, con todas las chicharras hirviendo, no son capaces de quitarse el invierno de encima. Esta dicotomía del alma puede aplicarse a cualquier tipo de personas, políticos, economistas, obispos, intelectuales y sociólogos, que conforman la opinión pública y también a camareros, taxistas, carteros y cajeras de supermercado, el espeso caldo humano que uno se ve obligado a navegar. Hay sujetos con barba por dentro que con sólo abrir la boca ya te han amargado el día. Cualquiera puede oírlos en el Parlamento, en las tertulias de televisión, en la barra del bar, en los despachos y oficinas. Sólo hallan inspiración en las catástrofes reales o imaginarias que se avecinan y como los antiguos profetas se refocilan con sumo placer si el mal que anuncian se cumple. En cambio otros incorporan la naturaleza a la vida con el ciclo de los astros y no pueden evitar un grado de felicidad al saber que el sol irá mordiendo la oscuridad, despertará inevitablemente la savia en los troncos de los árboles y ese acontecimiento de la luz rotará tanto en las esferas celestes como en su propio futuro. En este tiempo de disciplinantes aciagos, para salvarse hay que elegir entre aquellos que al ver una flores siempre piensan en un féretro y los que son capaces de matar con tal de que nadie les estropee el desayuno.Para vivir hay que demostrar primero que uno no está muerto por dentro. Esa es la única moral.
Manuel Vicent. EL PAÍS. 9.01.2011
.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
bellisimo relato compartes , un besin de esta asturiana que para ella ha sido un placer leer tan bello texto.
ResponderEliminarTe deseo que la luz te ilumine y te haga ver las cosas buenas o con el mejor aspecto posible.
ResponderEliminarUn saludo viajero hasta las asturias.